Retomamos nuestro repaso histórico por la evolución de los empastes, las prótesis y las exodoncias, que habíamos dejado en la corte inglesa de Isabel I, y nos vamos hasta la corte francesa de Luis XIV. Su dentista, Pierre Fauchard, es considerado el padre de la odontología. En su libro de 1728: ‘El cirujano dentista; o tratado sobre los dientes’ define las enfermedades dentales, óseas y gingivales, y presenta casos clínicos, diseño de prótesis, instrumental y operaciones quirúrgicas.
Pierre fue también pionero en ortodoncia, pues descubrió que la posición del diente podía ser corregida con aparatos de oro, que hacían que el diente se ajustase al patrón marcado por los alambres. Los fijaba con hilos de seda o lino encerado.
En este siglo se produjeron avances significativos, como las impresiones de cera vaciadas con yeso, los dientes de porcelana de Chamant, el descubrimiento de la hipoplasia del esmalte por Bunon, las coronas de oro de Mouton y muchos más.
Ya en el siglo XIX se descubrieron restos arqueológicos que sugerían el uso de palillos e hilo dental por los humanos prehistóricos. Esto llevó a Levi Spear Parmly a fabricar y promover el uso de la seda dental. Años más tarde, se descubrió la utilidad del flúor para prevenir caries y se empezó a fluorar el agua potable. En 1844, Horace Wells abrió una nueva época en la cirugía al demostrar las posibilidades del óxido nitroso para realizar extracciones sin dolor. William Morton, dos años después, patentó un gas anestésico con éter. Además, el descubrimiento del caucho vulcanizado permitió la elaboración de prótesis totales mucho más accesibles que las de oro, que se hacían hasta entonces.
Este siglo está plagado de inventos que mejoraron la percepción de la odontología como una profesión vanguardista, entre los que cabe destacar el primer taladro dental mecánico, la silla odontológica o la radiología intraoral.
El siglo XX nos trajo la penicilina, muy relevante para el tratamiento de infecciones dentales o el descubrimiento de la adhesión. Fue Michael Buonocore quien desarrolló un método para cambiar la rugosidad de la superficie dental en 1955, método que otros odontólogos evolucionaron y que les permitió reparar dientes fracturados. Dos años después se inventó la pieza de mano de alta velocidad de aire y, en 1970, llegó el cepillo eléctrico.
Junto con la adhesión, el otro gran avance que cambió la odontología para siempre fue la osteointegración. En los años 60, el investigador Per-Ingvar Brånemark estudiaba la circulación en el hueso. Para ello, introdujo cámaras de vídeo de titanio en tibias de conejos. Cuando intentó retirarlas, comprobó que era prácticamente imposible separarlas, pues el titanio y el hueso se habían “fundido”. Lejos de ver esto como un problema, imaginó las infinitas posibilidades terapéuticas que ofrecía y dedicó los siguientes 13 años a investigarlo. Cuando presentó sus resultados, abrió toda una nueva rama en la odontología, y hoy se le considera el padre de la implantología.
Así llegamos al siglo XXI, donde quién sabe qué nuevos progresos aparecerán para hacernos la vida más fácil. Regeneración dental, impresoras 3D o nuevos usos de la tecnología láser son algunas de las innovaciones más prometedoras que ya están aquí. Y en Clínica Dental Cabezón y Fernández estaremos siempre a la última para ofrecértelas, ponerlas al servicio de tu salud y que siempre luzcas tu mejor sonrisa.